viernes, 6 de mayo de 2011

Lo reconocieron al partir el pan...


Evangelio según San Lucas 24,13-35.

Ese mismo día, dos de los discípulos iban a un pequeño pueblo llamado Emaús, situado a unos diez kilómetros de Jerusalén. En el camino hablaban sobre lo que había ocurrido. Mientras conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó y siguió caminando con ellos. Pero algo impedía que sus ojos lo reconocieran. El les dijo: "¿Qué comentaban por el camino?". Ellos se detuvieron, con el semblante triste, y uno de ellos, llamado Cleofás, le respondió: "¡Tú eres el único forastero en Jerusalén que ignora lo que pasó en estos días!". "¿Qué cosa?", les preguntó. Ellos respondieron: "Lo referente a Jesús, el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y en palabras delante de Dios y de todo el pueblo, y cómo nuestros sumos sacerdotes y nuestros jefes lo entregaron para ser condenado a muerte y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que fuera él quien librara a Israel. Pero a todo esto ya van tres días que sucedieron estas cosas. Es verdad que algunas mujeres que están con nosotros nos han desconcertado: ellas fueron de madrugada al sepulcro y al no hallar el cuerpo de Jesús, volvieron diciendo que se les habían aparecido unos ángeles, asegurándoles que él está vivo. Algunos de los nuestros fueron al sepulcro y encontraron todo como las mujeres habían dicho. Pero a él no lo vieron".

Jesús les dijo: "¡Hombres duros de entendimiento, cómo les cuesta creer todo lo que anunciaron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías soportara esos sufrimientos para entrar en su gloria?" Y comenzando por Moisés y continuando con todos los profetas, les interpretó en todas las Escrituras lo que se refería a él.

Cuando llegaron cerca del pueblo adonde iban, Jesús hizo ademán de seguir adelante. Pero ellos le insistieron: "Quédate con nosotros, porque ya es tarde y el día se acaba". El entró y se quedó con ellos. Y estando a la mesa, tomó el pan y pronunció la bendición; luego lo partió y se lo dio. Entonces los ojos de los discípulos se abrieron y lo reconocieron, pero él había desaparecido de su vista. Y se decían: "¿No ardía acaso nuestro corazón, mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?".

En ese mismo momento, se pusieron en camino y regresaron a Jerusalén. Allí encontraron reunidos a los Once y a los demás que estaban con ellos, y estos les dijeron: "Es verdad, ¡el Señor ha resucitado y se apareció a Simón!". Ellos, por su parte, contaron lo que les había pasado en el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.
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El evangelio de este domingo nos relata el texto de los “peregrinos de Emaús”, aquellos dos discípulos que regresan cabizbajos y tristes a su pueblo, ya que sus esperanzas se han acabado después de la muerte de Jesús. Y en ese caminar aparece el Señor resucitado, sin que ellos lo reconozcan al comienzo.


El diálogo se desarrolla en torno a lo que había sucedido en relación a Jesús y de su muerte en cruz, a pesar de ser visto como un profeta en obras y palabras, y por eso se vuelven tristes a su aldea. Sin embargo el Señor les va explicando, a partir de las Escrituras, de todo eso tenia que suceder para que se cumplieran las mismas Escrituras. Aquellos discípulos sienten que de a poco algo comienza a cambiar en su corazón, en la medida que escuchan la voz del peregrino de Emaús. Cuando llegan a su pueblo atardecía, y el peregrino que los acompañó en el camino se despide, pero ellos lo invitan a que se quedé con ellos a cenar aquella noche: “quédate con nosotros, Señor, porque se hace tarde”. Al momento de partir el pan los ojos se le abren y lo reconocen.


Jesús se acerca a nuestras vidas y camina con nosotros: ¿somos capaces de reconocerlo en nuestras vidas?. El Señor camina junto a nosotros y quiere compartir nuestras alegrías y sufrimientos para traernos salvación, y vida eterna. Los discípulos no lo reconocen, pero en el gesto eucarístico del pan y el vino, se les abren los ojos del corazón y son capaces ahora si de ver, con los ojos de la fe, aquello que antes era confusión y tristeza. Ahora si que saben reconocer que su corazón ardía, porque era la presencia del Señor resucitado que estaba cerca de ellos, ahora si que lo han reconocido en la mesa de la eucaristía, y retornan a Jerusalén, es decir, a la comunidad que es donde se vive y experimenta al Señor Jesús.


A todos los hermanos que este domingo, como cada domingo, participan en las misas, que podamos reconocer a nuestro Señor en el Pan y el Vino consagrado, y a aquellos hermanos y hermanas enfermos o ancianos que leen este comentario, se vean fortalecidos en la oración, y con la comunión que otros hermanos llevarán hasta ustedes.

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