viernes, 19 de junio de 2015

Jesús va con nosotros




Evangelio según San Marcos 4,35-41. 


Al atardecer de ese mismo día, les dijo: "Crucemos a la otra orilla". Ellos, dejando a la multitud, lo llevaron a la barca, así como estaba. Había otras barcas junto a la suya.

Entonces se desató un fuerte vendaval, y las olas entraban en la barca, que se iba llenando de agua.
Jesús estaba en la popa, durmiendo sobre el cabezal.

Lo despertaron y le dijeron: "¡Maestro! ¿No te importa que nos ahoguemos?". Despertándose, él increpó al viento y dijo al mar: "¡Silencio! ¡Cállate!". El viento se aplacó y sobrevino una gran calma.
Después les dijo: "¿Por qué tienen miedo? ¿Cómo no tienen fe?".

Entonces quedaron atemorizados y se decían unos a otros: "¿Quién es este, que hasta el viento y el mar le obedecen?".

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El evangelio de este domingo, nos presenta a Jesús que invita a sus discípulos a cruzar a la otra orilla del lago. Esta invitación, es un llamado a ir más allá de lo que se está haciendo y viviendo, es un aventurarse con Jesús a cruzar  el mar de los miedos e inseguridades. Jesús está con ellos al cruzar, en medio del fuerte temporal que se desata. Es verdad que Jesús dormía mientras arreciaba el temporal, pero estaba con ellos, y esto es lo importante.

Atemorizados los discípulos despiertan a Jesús, pensando que a él no le importaba lo que estaba sucediendo. Después de calmar la tempestad, Jesús les pregunta: “¿por qué tienen miedo?, ¿por qué no tienen fe?”. La pregunta de Jesús a sus discípulos de ayer, es la misma a los discípulos de hoy y de siempre. La palabra de Dios tiene esa capacidad de traspasar el tiempo y el espacio, teniendo la misma fuerza interpeladora y transformadora del principio.

La Iglesia y los creyentes de hoy estamos invitados a cruzar a la otra orilla, con Jesús, aunque muchas veces parece que él duerme, debemos tener la confianza que él va con nosotros en la barca de nuestras vidas. Sabemos que Jesús calmará las tempestades que nos azotan, que tranquilizará las olas que impiden que avancemos en nuestra vida de fe. Que nunca dejemos de asombrarnos por lo que el Señor puede hacer por nosotros.
 

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