Juan Bautista, desde la cárcel, manda a dos de sus discípulos donde Jesús para preguntarle: “¿eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?”. Jesús les responde con los signos que prodigaba: los ciegos ven, los leprosos son purificados, los paráliticos caminan y la Buena Noticia es anunciada a los pobres. Estos son los signos que prueban a Juan y a todos que Jesús es el esperado.
¿Qué esperamos nosotros hoy?. En una jornada de elecciones presidenciales como la que vivimos este domingo, muchas veces las opciones políticas pueden aparecer con ciertos rasgos mesiánicos frente a los desafíos que enfrenta el país. Además por la polarización imperante se acrecienta no sólo el ver como la mejor opción la de cada uno, sino que se ve como una desgracia terrible la posibilidad del triunfo de la opción diferente.
Para los cristianos, independiente de la propia opción política, nuestro horizonte debe ir más allá de una elección presidencial.”Tengan paciencia, hasta que llegue el Señor”, nos recuerda el apóstol Santiago en la segunda lectura de la liturgia dominical. Porque es el Señor el que viene a salvarnos, como repetiremos en la antífona del salmo 145.
Por eso en la tradición litúrgica de la Iglesia, el tercer domingo de Adviento, es conocido como el “domingo de la alegria”, no sólo por la cercanía de la fiesta del nacimiento de Jesús (Navidad), sino porque su presencia es la que verdaderamente transforma nuestras vidas. Por tanto, la alegría cristiana brota de esta certeza: Dios está cerca, está conmigo, está con nosotros, en la alegría y en el dolor, en la salud y en la enfermedad, como amigo y esposo fiel. Y esta alegría permanece también en la prueba, incluso en el sufrimiento; y no está en la superficie, sino en lo más profundo de la persona que se encomienda a Dios y confía en él.

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