miércoles, 29 de febrero de 2012

La oración: lugar de encuentro con Dios


Evangelio según San Marcos 9,2-10.

Seis días después, Jesús tomó a Pedro, Santiago y Juan, y los llevó a ellos solos a un monte elevado. Allí se transfiguró en presencia de ellos. Sus vestiduras se volvieron resplandecientes, tan blancas como nadie en el mundo podría blanquearlas. Y se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús.

Pedro dijo a Jesús: "Maestro, ¡qué bien estamos aquí! Hagamos tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías". Pedro no sabía qué decir, porque estaban llenos de temor.
Entonces una nube los cubrió con su sombra, y salió de ella una voz: "Este es mi Hijo muy querido, escúchenlo".

De pronto miraron a su alrededor y no vieron a nadie, sino a Jesús solo con ellos. Mientras bajaban del monte, Jesús les prohibió contar lo que habían visto, hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos. Ellos cumplieron esta orden, pero se preguntaban qué significaría "resucitar de entre los muertos".
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En el segundo domingo de Cuaresma se nos presenta el texto de la Transfiguración del Señor, según el evangelista Marcos. Jesús toma a tres discípulos con él para subir a un monte elevado en donde se transfigura su rostro delante de ellos y sus vestidos resplandecen, y aparecen Elías y Moisés hablando con Jesús.

Los discípulos escogidos por Jesús son Pedro, Santiago y Juan, los mismos que lo acompañarán en Getsemaní en su agonía previa a la crucifixión. Es decir, que los mismos que son testigos de la gloria anticipada de la resurrección serán testigos del rostro desfigurado de la pasión. Conocen plenamente la revelación del rostro de Jesús.

Dos palabras resuenan en el monte Tabor (lugar de la transfiguración), por una parte las del apóstol Pedro: “¡que bien que estamos aquí!”, es una expresión de alegría y de gozo de sentirse en la presencia del Señor de la Vida, es la experiencia de la belleza en la contemplación de Dios. La segunda voz es la del Padre: ”Este es mi Hijo amado, escúchenlo”. Es el reconocimiento de la divinidad del Hijo, y el llamado a escuchar su Palabra, y desde aquellos tres discípulos en el Tabor a toda la humanidad.

En el mundanal ruido exterior e interior que nos rodea, se nos hace difícil escuchar la voz del Señor que nos habla. Es el tiempo de Cuaresma un tiempo de intensificar nuestra oración, en medio del comienzo del año, y de los apuros de Marzo, que podamos encontrar espacios para orar a nuestro Dios y entrar en comunión con Él, el único Absoluto.


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