jueves, 31 de marzo de 2011

Ver con los ojos de la fe


Evangelio según San Juan 9,1-41.

Al pasar, vio a un hombre ciego de nacimiento. Sus discípulos le preguntaron: "Maestro, ¿quién ha pecado, él o sus padres, para que haya nacido ciego?". "Ni él ni sus padres han pecado, respondió Jesús; nació así para que se manifiesten en él las obras de Dios. Debemos trabajar en las obras de aquel que me envió, mientras es de día; llega la noche, cuando nadie puede trabajar.
Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo". Después que dijo esto, escupió en la tierra, hizo barro con la saliva y lo puso sobre los ojos del ciego, diciéndole: "Ve a lavarte a la piscina de Siloé", que significa "Enviado". El ciego fue, se lavó y, al regresar, ya veía.

Los vecinos y los que antes lo habían visto mendigar, se preguntaban: "¿No es este el que se sentaba a pedir limosna?". Unos opinaban: "Es el mismo". "No, respondían otros, es uno que se le parece". El decía: "Soy realmente yo". Ellos le dijeron: "¿Cómo se te han abierto los ojos?". El respondió: "Ese hombre que se llama Jesús hizo barro, lo puso sobre mis ojos y me dijo: 'Ve a lavarte a Siloé'. Yo fui, me lavé y vi". Ellos le preguntaron: "¿Dónde está?". El respondió: "No lo sé". El que había sido ciego fue llevado ante los fariseos. Era sábado cuando Jesús hizo barro y le abrió los ojos. Los fariseos, a su vez, le preguntaron cómo había llegado a ver. El les respondió: "Me puso barro sobre los ojos, me lavé y veo". Algunos fariseos decían: "Ese hombre no viene de Dios, porque no observa el sábado". Otros replicaban: "¿Cómo un pecador puede hacer semejantes signos?". Y se produjo una división entre ellos. Entonces dijeron nuevamente al ciego: "Y tú, ¿qué dices del que te abrió los ojos?". El hombre respondió: "Es un profeta". Sin embargo, los judíos no querían creer que ese hombre había sido ciego y que había llegado a ver, hasta que llamaron a sus padres y les preguntaron: "¿Es este el hijo de ustedes, el que dicen que nació ciego? ¿Cómo es que ahora ve?". Sus padres respondieron: "Sabemos que es nuestro hijo y que nació ciego, pero cómo es que ahora ve y quién le abrió los ojos, no lo sabemos. Pregúntenle a él: tiene edad para responder por su cuenta". Sus padres dijeron esto por temor a los judíos, que ya se habían puesto de acuerdo para excluir de la sinagoga al que reconociera a Jesús como Mesías. Por esta razón dijeron: "Tiene bastante edad, pregúntenle a él". Los judíos llamaron por segunda vez al que había sido ciego y le dijeron: "Glorifica a Dios. Nosotros sabemos que ese hombre es un pecador". "Yo no sé si es un pecador, respondió; lo que sé es que antes yo era ciego y ahora veo". Ellos le preguntaron: "¿Qué te ha hecho? ¿Cómo te abrió los ojos?". El les respondió: "Ya se lo dije y ustedes no me han escuchado. ¿Por qué quieren oírlo de nuevo? ¿También ustedes quieren hacerse discípulos suyos?". Ellos lo injuriaron y le dijeron: "¡Tú serás discípulo de ese hombre; nosotros somos discípulos de Moisés! Sabemos que Dios habló a Moisés, pero no sabemos de donde es este". El hombre les respondió: "Esto es lo asombroso: que ustedes no sepan de dónde es, a pesar de que me ha abierto los ojos. Sabemos que Dios no escucha a los pecadores, pero sí al que lo honra y cumple su voluntad. Nunca se oyó decir que alguien haya abierto los ojos a un ciego de nacimiento. Si este hombre no viniera de Dios, no podría hacer nada". Ellos le respondieron: "Tú naciste lleno de pecado, y ¿quieres darnos lecciones?". Y lo echaron.

Jesús se enteró de que lo habían echado y, al encontrarlo, le preguntó: "¿Crees en el Hijo del hombre?". El respondió: "¿Quién es, Señor, para que crea en él?". Jesús le dijo: "Tú lo has visto: es el que te está hablando". Entonces él exclamó: "Creo, Señor", y se postró ante él. Después Jesús agregó: "He venido a este mundo para un juicio: Para que vean los que no ven y queden ciegos los que ven". Los fariseos que estaban con él oyeron esto y le dijeron: "¿Acaso también nosotros somos ciegos?". Jesús les respondió: "Si ustedes fueran ciegos, no tendrían pecado, pero como dicen: 'Vemos', su pecado permanece".
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Se nos presenta este domingo para nuestra meditación, el pasaje del evangelio de Juan, que relata la curación del ciego de nacimiento. El texto es uno de los signos prodigiosos que Jesús realiza, pero más allá del hecho mismo de la curación, detengamos nuestra atención en el texto para captar su mensaje para nosotros hoy. El encuentro del Señor con el ciego nos recuerda aquel encuentro con la samaritana que hemos meditado la semana pasada, Jesús devuelve la dignidad a las personas con las que se encuentra. El encuentro con el Cristo que salva, es lo primordial.


Para sanarlo Jesús escupe en tierra y hace barro que coloca en los ojos del ciego, este gesto nos hace pensar en el acto de la creación, cuando Dios crea al ser humano del barro, Jesús quiere salvar al hombre, quiere re-crearlo, y le manda lavarse en la piscina de Siloé (“enviado”), lo cual es también muy significativo, porque el enviado es el mismo Señor Jesús.


El ciego, que ahora ve por la acción del Señor, podemos ser cada uno de nosotros que camina por la vida sin ver. En el texto del evangelio todos interrogan y cuestionan a este hombre, algunos porque no creen que es el mismo ciego que mendigaba, y los maestros de la Ley le preguntan sobre cómo es que ha llegado a recuperar la vista. A ellos no les interesa la persona, ni menos se alegran con él de que ahora pueda ver, están tan “cegados”, por sus intereses y ambiciones que no logran captar lo central de la salvación que Jesucristo nos trae. El hombre da simplemente testimonio de que “antes era ciego y ahora veo”, y reconoce que quien le devolvió su vista es un profeta.


Aún le falta sin embargo dar un salto más allá que el simple ver por los ojos del cuerpo. Necesita dar el paso de la fe. Una vez que fue expulsado por los fariseos, se encuentra nuevamente con el Señor, éste le pide una profesión de fe: “¿crees en el Hijo del Hombre?”, y al reconocerlo como aquel que lo ha sanado, exclama:”creo Señor”, y se postra ante él. Ahora sí que el hombre se encuentra totalmente salvado y liberado de todas sus ataduras. Jesús le ha devuelto la dignidad, la salud y la fe.

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