viernes, 5 de marzo de 2010

Jesús nos cuida y espera nuestros frutos (3º Domingo de Cuaresma)

Evangelio según San Lucas 13,1-9.

En ese momento se presentaron unas personas que comentaron a Jesús el caso de aquellos galileos, cuya sangre Pilato mezcló con la de las víctimas de sus sacrificios.
El les respondió: "¿Creen ustedes que esos galileos sufrieron todo esto porque eran más pecadores que los demás?.

Les aseguro que no, y si ustedes no se convierten, todos acabarán de la misma manera.

¿O creen que las dieciocho personas que murieron cuando se desplomó la torre de Siloé, eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén?

Les aseguro que no, y si ustedes no se convierten, todos acabarán de la misma manera".

Les dijo también esta parábola: "Un hombre tenía una higuera plantada en su viña. Fue a buscar frutos y no los encontró.
Dijo entonces al viñador: 'Hace tres años que vengo a buscar frutos en esta higuera y no los encuentro. Córtala, ¿para qué malgastar la tierra?'.
Pero él respondió: 'Señor, déjala todavía este año; yo removeré la tierra alrededor de ella y la abonaré.
Puede ser que así dé frutos en adelante. Si no, la cortarás'".
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Tercer domingo de Cuaresma "tiempo de compartir". Avanza paulatinamente nuestro camino hacia Jerusalén, hacia la Semana Santa, la Pascua de Jesús. El texto de Lucas que la liturgia nos ofrece, tiene como centro la conversión.

Dos situaciones de la vida se presentan al inicio del evangelio. Una la de los galileos muertos por Pilato, es decir, aquellos que caen por la violencia de los propios hombres, y más aún Jesús les responde con una situación distinta, pero con resultado de muerte también: la caída de la torre de Siloé, aquí podríamos pensar en las catastrofes naturales que cobran también la vida de muchas personas. Ambos son hechos paradojicos, que nos hacen reflexionar sobre nuestras vidas. Jesús pregunta a aquellos que lo escuchan: ¿es que eran más culpables que los demás?, les aseguro que no -les responde el propio Jesús- sino que invita frente a estas dos situaciones a la conversión.

Nos podríamos legítimamente, preguntar: entonces ¿Dios nos castiga?, ¿Dios nos prueba?,o más aún, ¿es necesario que muera gente para que nos convirtamos?. Les aseguro que no. Dios, ni castiga, ni prueba: ¿qué necesidad tendría de hacerlo?. Tampoco sería necesario que muera nadie para que seamos mejores (conversión). Sin embargo, la libertad del hombre y de la naturaleza (muchas veces dañada por nosotros mismos), provocan dolor y muerte. Es la vida y la muerte que están siempre presente en nuestra existencia, el dolor y la alegría.

Jesús nos regala al final del texto de este domingo una bella parábola, que nos muestra más claramente el verdadero corazón de Dios, un Dios que nos quiere y nos tiene paciencia, que nos da libertad, para que la usemos para el bien.

Quisiera terminar, uniendo lo ya dicho con la situación que sufre mi país: Chile, en estas horas de sufrimiento por el terremoto del sabado pasado. Todo lo que sucede, bueno o malo, es una oportunidad para ser mejores, para ser solidarios, para la conversión, es cierto que no es Dios que envía pruebas, sino que son los vaivenes de la naturaleza, pero si se abre para nosotros la oportunidad de que a partir del dolor pueda salir lo mejor de nosotros, aquello de bueno que Dios ha sembrado en cada uno, como gesto de amor a los demás. Lo dijimos a propósito de Haití y ahora lo decimos por Chile, oración y solidaridad concreta y eficaz.

Buen Domingo y Fuerza Chile.

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