Este 24 de marzo se cumplen 30 años del martirio de monseñor Romero. En estos años la vida y la obra del arzobispo salvadoreño asesinado mientras celebraba la Eucaristía, se ha convertido en un verdadero símbolo para nuestra iglesia latinoamericana, y para quienes buscan una Iglesia fiel al evangelio de Jesús.
Tal vez para muchos no es conocido, o tienen una imagen tergiversada de su vida. Monseñor Romero fue por sobretodo un hombre de Dios, y un profeta que anunció la buena nueva de Jesucristo, que luchó por la paz y la justicia de su pueblo, y que denunció a quienes atropellaban a sus semejantes, especialmente a los más débiles y pobres de El Salvador. Fue este compromiso evangélico por los más pobres y perseguidos que le trajo incompresiones entre los mismos obispos de El Salvador y en la siempre distante y suspicaz curia romana. Además del odio de quienes violentaban los derechos fundamentales de los campesinos salvadoreños.
Fueron estos mismos los que idearon y ejecutaron el asesinato del arzobispo de san Salvador el 24 de marzo de 1980, mientras celebraba la Misa. Ellos, sin saberlo, convirtieron ese vil crimen en el momento de mayor identificación de monseñor Romero con Cristo, al derramarse su sangre junto al Cáliz en que consagraba la de Cristo, entregaba su vida por la causa de Jesús y de su pueblo. Y como el mismo lo dijera un tiempo antes resucitaría en el pueblo salvadoreño.
Hoy, después de 30 años de la Pascua del obispo Oscar Romero, su muerte no ha sido en vano, sigue resucitando en medio de su pueblo, y en todos los que creemos y queremos una Iglesia más fiel al evangelio:
Una Iglesia que no se preocupe tanto de defender su imagen, sino que de convertirse de corazón; una Iglesia que no busque tanto los primeros puestos en ceremonias oficiales, sino que camine junto a su pueblo; No una Iglesia autosuficiente que moralice, indicando con el dedo a otros, sino una Iglesia humilde que reconoce la "viga" en su ojo, para ayudar a sus prójimos a limpiar la "pelusa" del suyo; No una Iglesia autoreferente y poseedora de la Verdad, sino una Iglesia buscadora de lo bueno y verdadero que hay en todos los seres humanos...una Iglesia "experta en humanidad".
Como diría monseñor Romero:
Tal vez para muchos no es conocido, o tienen una imagen tergiversada de su vida. Monseñor Romero fue por sobretodo un hombre de Dios, y un profeta que anunció la buena nueva de Jesucristo, que luchó por la paz y la justicia de su pueblo, y que denunció a quienes atropellaban a sus semejantes, especialmente a los más débiles y pobres de El Salvador. Fue este compromiso evangélico por los más pobres y perseguidos que le trajo incompresiones entre los mismos obispos de El Salvador y en la siempre distante y suspicaz curia romana. Además del odio de quienes violentaban los derechos fundamentales de los campesinos salvadoreños.
Fueron estos mismos los que idearon y ejecutaron el asesinato del arzobispo de san Salvador el 24 de marzo de 1980, mientras celebraba la Misa. Ellos, sin saberlo, convirtieron ese vil crimen en el momento de mayor identificación de monseñor Romero con Cristo, al derramarse su sangre junto al Cáliz en que consagraba la de Cristo, entregaba su vida por la causa de Jesús y de su pueblo. Y como el mismo lo dijera un tiempo antes resucitaría en el pueblo salvadoreño.
Hoy, después de 30 años de la Pascua del obispo Oscar Romero, su muerte no ha sido en vano, sigue resucitando en medio de su pueblo, y en todos los que creemos y queremos una Iglesia más fiel al evangelio:
Una Iglesia que no se preocupe tanto de defender su imagen, sino que de convertirse de corazón; una Iglesia que no busque tanto los primeros puestos en ceremonias oficiales, sino que camine junto a su pueblo; No una Iglesia autosuficiente que moralice, indicando con el dedo a otros, sino una Iglesia humilde que reconoce la "viga" en su ojo, para ayudar a sus prójimos a limpiar la "pelusa" del suyo; No una Iglesia autoreferente y poseedora de la Verdad, sino una Iglesia buscadora de lo bueno y verdadero que hay en todos los seres humanos...una Iglesia "experta en humanidad".
Como diría monseñor Romero:
"Una religión de Misa Dominical
Pero de semanas injustas
No gustan al Señor
Una religión de mucho rezo
pero con hipocresías en el corazón
no es cristiano"
(4 dic. 1977)
Pero de semanas injustas
No gustan al Señor
Una religión de mucho rezo
pero con hipocresías en el corazón
no es cristiano"
(4 dic. 1977)
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