Estamos viviendo el Año Santo de la Misericordia, convocado por el
Papa Francisco, que nos ayuda a recordar y vivir lo más específico de Dios,
anunciado por Jesucristo. No es la misericordia algo que se le ocurrió al
actual Papa, ya lo encontramos en la Sagrada Escritura y en la vida de la
Iglesia. Durante este año hemos ido leyendo en la liturgia dominical el
evangelio de san Lucas, conocido también como el evangelio de la Misericordia.
Este domingo se leen las Parábolas de la Misericordia (Lc 15,1 -32): la oveja
perdida, la moneda perdida y el hijo pródigo.
A través de éstas, Jesús nos va enseñando más que una definición
de misericordia, como el Padre Dios expresa su compasión por nosotros. Saliendo
a buscar a la oveja que se pierde, alegrándose por encontrarla; El padre que
espera pacientemente al hijo pródigo que se va, y que se alegra a su regreso, a
pesar de todo. Que quiere que todos compartan su alegría y quiere hacer fiesta,
porque ha recuperado aquello que ha perdido, simplemente porque nos quiere.
San Pablo en la segunda lectura de este domingo (1Tim 1,12-17), da
su propio testimonio de cómo se encontró con el Dios de la misericordia, él a
pesar de ser perseguidor de la fe cristiana, fue tratado con misericordia. Dice
el apóstol: “Si encontré misericordia, fue para que Jesucristo demostrará en mí
toda su paciencia”.
Encontrarse con Jesucristo, es tener experiencia de la
misericordia de Dios en nuestra vida, es recibir su Gracia Divina que nos
alienta y fortalece en el camino de cada día.
No hay comentarios:
Publicar un comentario