viernes, 23 de septiembre de 2016

Jesús dignifica al Pobre






Libro de Amós 6,1.4-7;

Salmo 146(145),7.8-9.10; 
Primera Carta de San Pablo a Timoteo 6,11-16. 

Evangelio según San Lucas 16,19-31.

Jesús dijo a los fariseos: "Había un hombre rico que se vestía de púrpura y lino finísimo y cada día hacía espléndidos banquetes.
A su puerta, cubierto de llagas, yacía un pobre llamado Lázaro,
que ansiaba saciarse con lo que caía de la mesa del rico; y hasta los perros iban a lamer sus llagas.
El pobre murió y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham. El rico también murió y fue sepultado.
En la morada de los muertos, en medio de los tormentos, levantó los ojos y vio de lejos a Abraham, y a Lázaro junto a él.
Entonces exclamó: 'Padre Abraham, ten piedad de mí y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en el agua y refresque mi lengua, porque estas llamas me atormentan'.
'Hijo mío, respondió Abraham, recuerda que has recibido tus bienes en vida y Lázaro, en cambio, recibió males; ahora él encuentra aquí su consuelo, y tú, el tormento.
Además, entre ustedes y nosotros se abre un gran abismo. De manera que los que quieren pasar de aquí hasta allí no pueden hacerlo, y tampoco se puede pasar de allí hasta aquí'.
El rico contestó: 'Te ruego entonces, padre, que envíes a Lázaro a la casa de mi padre,
porque tengo cinco hermanos: que él los prevenga, no sea que ellos también caigan en este lugar de tormento'.
Abraham respondió: 'Tienen a Moisés y a los Profetas; que los escuchen'.
'No, padre Abraham, insistió el rico. Pero si alguno de los muertos va a verlos, se arrepentirán'.
Pero Abraham respondió: 'Si no escuchan a Moisés y a los Profetas, aunque resucite alguno de entre los muertos, tampoco se convencerán'".
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El texto del evangelio de san Lucas de este domingo (Lc 16, 19-31), a través de una parábola, radicaliza el mensaje que parte del canto del Magnificat de María (Lc 1,46-55) sobre el contraste entre la riqueza opulenta y la miseria de los pobres. La parábola del pobre Lázaro y el rico, que vive en la ostentación y en la inconciencia del sufrimiento del pobre que a su puerta sufre y muere de hambre, mientras él se da esplendidos banquetes.

La muerte de ambos los iguala, y por eso la muerte –el gran tema tabú de nuestra época- nos debe hacer reflexionar sobre nuestra fragilidad, nuestra solidaridad y el sentido de nuestra vida. Lázaro es acogido en el seno de Abrahán, mientras que el rico sufre el tormento: ¿Cuál es el pecado del rico?: la indiferencia, el no ver –cegado tal vez por sus lujos- a Lázaro en su puerta. Ahora en la morada de los muertos, el rico ve a Lázaro y le pide ayuda para él o para sus hermanos, para que no corran la misma suerte. La respuesta de Abrahán es dura: Tienen a Moisés y los profetas, que los escuchen (Cf. Amós 6,1.4-7: Primera lectura).

Es significativo que el rico aparezca sin nombre, en contraste al pobre que si lo tiene. La riqueza de Lázaro es tener un nombre, que viene del hebreo Eliezer: “Dios ayuda”. En un tiempo en que los pobres aparecen muchas veces como cifras, números o porcentajes, Jesús da un nombre y dignifica a los marginados. La parábola es una invitación a que nadie viva como Lázaro en esta vida, ni nadie sufra los tormentos del rico después, sino que a fuerza de amor y de compromiso rompamos el cerco de la indiferencia y de la injusticia, que no haya miseria material como la de Lázaro, ni miseria espiritual fruto del atontamiento de la riqueza.

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