Hay ciertos pasajes del evangelio que nos cuesta comprender. La liturgia de este domingo nos ofrece uno de ellos: Mt 15, 21-28. Lo recuerdo brevemente: Una mujer extranjera se acerca a Jesús y le pide que sane a su hija, Jesús no le responde nada. Luego los discípulos le piden a Jesús que la atienda, porque les “molesta” con sus gritos, la respuesta de Jesús: “he venido para las ovejas perdidas de Israel”. La última escena ella se postra delante de Jesús para pedir una vez más. Pero Jesús le responde con dureza: “No está bien tomar el pan de los hijos, para dárselos a los perros”, pero ella insiste: “pero comen de las migajas que caen de la mesa”. “Mujer, que grande es tu fe, que se cumpla lo que deseas”, le dice Jesús.
Por qué esta dureza de Jesús, que se contradice con lo que
normalmente hacía, incluso había sanado ya a otros extranjeros. ¿Qué es lo
quiere enseñar?: Al final del evangelio de Mateo (Cap. 28), enviará a sus
discípulos a evangelizar y bautizar a todos los pueblos. Jesús quiere dar una
lección a sus propios discípulos, a partir de la fe de la mujer extranjera que
le pide por su hija. Les enseña que la salvación no es propiedad de algunos,
sino de todos.
San Pablo a los romanos, afirma que la misericordia de Dios ha
llegado también a los paganos. Algo que ya el profeta Isaías en el AT
anunciaba: “Conduciré a los extranjeros
hasta mi santa Montaña, y los colmaré de alegría”. Que también nosotros
comprendamos este mensaje del evangelio y podamos acoger con cariño y sin discriminaciones
al extranjero que llega a nuestra tierra en busca de paz, llenos de esperanza
de encontrar lo, que por diferentes razones, no han podido vivir en sus países.
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