Es normal que las personas busquemos ser reconocidos en nuestro
entorno familiar, social o laboral. Es legítimo aspirar a que si uno hace un
buen trabajo este sea reconocido por los superiores, o que se agradezca aquello
que hacemos. Es un reclamo frecuente incluso al interior de las familias, la
falta de reconocimiento por lo que se hace, en el seno familiar. Los diferentes
“días” de algo que se distribuyen en el calendario ayudan a facilitar esto.
Sin embargo, cuando esto excede los limites, puede convertirse en
una obsesión o en un abuso de poder. Jesús en el evangelio de este domingo (Mt
23, 1-12) enseña a sus discípulos a no ser como los fariseos y maestros de la
Ley que buscan los primeros puestos y ser saludados en las plazas como
maestros, y a estos les reprocha que muchas veces colocan pesadas cargas en los
demás y ellos mismos no las cumplen. Aunque enseñen correctamente la Ley de
Dios, su actitud no se compadece con esta: “Cumplan todo lo que ellos les
digan, pero no se guíen por sus obras”, les dice Jesús.
Una vez más Jesús nos invita a centrar nuestras vidas en Dios: no
llamen a nadie “maestro” porque tienen un solo maestro, y un solo Padre y un
solo doctor, el Mesías. La radicalidad del mensaje evangélico pasa por no
buscar, ni vivir sólo del reconocimiento, sino como enseña el mismo evangelio a
hacer el bien: dar limosna, el ayuno y la oración “en secreto” y tu Padre Dios
que ve tu corazón te premiará.
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