La comunidad reunida en oración es condición primordial para la
venida del Espíritu Santo en la fiesta de Pentecostés, según el relato de los
Hechos de los Apóstoles (2,1-11). Le llega a cada uno, pero todos quedan llenos
del Espíritu Santo. San Pablo a una de sus comunidades –Corinto- les habla de
la importancia de la “unidad en la diversidad”: “Hay diversidad de dones, pero todos proceden del mismo Espíritu; hay
diversidad de ministerios, pero un solo Señor; hay diversidad de actividades,
pero es el mismo Dios el que realiza todo en todos”, y concluye afirmando:
“En cada uno, el Espíritu se manifiesta
para el bien común” (1Cor 12,4-7).
Cuando Jesús, reunido con sus discípulos en la última Cena, les
habla del cumplimiento de su misión, también les dice que les enviará otro “Paráclito” (palabra de origen griego,
que significa defensor y consolador al mismo tiempo), que es el Espíritu Santo,
y que él les recordará todo lo que aprendieron de Jesús y les revelará toda la
verdad (Jn 16).
El día de Pentecostés los apóstoles, encabezados por Pedro,
proclamarán abiertamente el anuncio de Jesucristo, muerto en la cruz y que fue
resucitado por el Padre Dios para la salvación de la humanidad, por eso es
considerada por muchos el nacimiento formal de la Iglesia, ya que se inicia el
tiempo de la evangelización, guiados por el Espíritu Santo. Nos preguntamos
hoy: ¿sentimos que nuestra Iglesia y comunidades son guiadas por este mismo
Espíritu?; ¿dejamos que el Espíritu Santo actúe en nosotros?.
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