En tiempos de falta de confianza en las instituciones en los
diferentes ámbitos de nuestra sociedad, ninguna se puede erigir con
superioridad moral sobre las demás, tampoco la Iglesia queda excluida de esto,
por todo lo conocido y reiteradamente recordado. Uno de los muchos errores que
se han cometido en el afrontar la crisis, ha sido el querer dar “vuelta la
pagina” lo antes posible. La realidad nos ha enseñado que es más complejo, y que
soluciones rápidas y simplistas no tienen buen destino.
Sin embargo tampoco nos podemos quedar en la constante queja,
desánimo y perplejidad, sino que también hay que ir dando pasos para avanzar
hacia un restablecimiento de las confianzas. El Papa Francisco ha dado claras
señales en esta línea, por ejemplo su último documento Vos estis lux mundi (“Ustedes son la luz del mundo”) un instrumento
que garantiza rapidez, transparencia en tema de prevención de abusos. Así como
también la exhortación a los jóvenes Christus
vivit (Cristo vive), que responde a dos años de camino sinodal, y que
muestra que toda vida cristiana es vocación. Finalmente el Papa invitó para
octubre de este año a un Sínodo sobre la Amazonía y derechos humanos, para que
frente a la explotación del “pulmón del mundo”, formular un llamado a la
ecología integral.
Todo esto y otras iniciativas, sin embargo tienen que ir
acompañadas de un espíritu distinto, más evangélico. En el evangelio de este
domingo (Lc 9, 51-62) cuando Jesús es rechazado en los pueblos samaritanos, sus
discípulos quieren “mandar caer fuego del cielo”, apegados a la lógica de la
fuerza y del juicio. Jesús los reprende por esta actitud y simplemente se fue a
otro pueblo donde lo acogieron, ya que sólo buscaban hospedaje de peregrinos,
este es el espíritu del Reino de Jesús: un sencillo caminar junto a su pueblo.
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