La vida es siempre un desafío. El ser humano se propone proyectos, se coloca plazos, se fija metas a conseguir. La sociedad en la que nos movemos nos va definiendo muchas veces en esta misma perspectiva, de metas y plazos. En el cumplimiento de este proyecto de vida, las certezas que podemos adquirir exterior e interiormente nos ayudan a ir avanzando en el cometido de este proceso. ¿Pero qué sucede cuando se nos caen las certezas que nos sostenían en nuestros proyectos personales y de sociedad?. El tiempo en que vivimos a puesto en “pausa” muchas de las actividades que realizábamos, y ha cambiado nuestras rutinas habituales. La vida nos ha cambiado en muchos aspectos.
Jesús nos dice en el evangelio de este domingo: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida” (Jn 14,6). Es la respuesta que le da a uno de sus discípulos, Tomás, que inquieto frente al porvenir le había preguntado: “No sabemos adónde vas. ¿cómo vamos a saber el camino?”. La vida se presenta hoy en toda su fragilidad, es algo que sabemos: no somos eternos y somos frágiles, y sin embargo esta obviedad, para muchos, hoy se ve con mayor claridad. Jesús es la Vida, él ha entregado su propia vida para que nosotros tengamos vida en abundancia. Jesús es la Verdad. En tiempos de incertidumbre el descubrir la Verdad de Jesús nos da la confianza y la tranquilidad de volver a reconocer el Absoluto de Dios, “no se inquieten, Crean en Dios y crean también en mí”. ¿quién hemos puesto nuestra confianza?, Jesús nos recuerda que estamos llamados a la Trascendencia de los hijos de Dios.
Y Jesús, también es el Camino. No solamente nos entrega las certezas que el mundo no nos puede dar, no solamente devuelve el sentido de la vida presente, y nos recuerda que estamos llamados a la Eternidad. El mismo se hace camino, es decir, nos da las herramientas para poder llevar adelante el proyecto de vida cristiano: la fe en Dios, creer en la acción del espíritu Santo en nuestras vidas, el amor a Dios y al prójimo, reflejada en la solidaridad con los más necesitados. Es el camino de las Bienaventuranzas: la justicia, la paz. El sentirnos corresponsables con los demás y de toda la creación, nuestra Casa común.
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