viernes, 12 de septiembre de 2014

El valor de perdonar

 

Las lecturas de la liturgia de este domingo nos recuerdan la importancia del perdón, especialmente entre hermanos en la fe. Ya en el libro del Eclesiástico (Eclo 27, 30-28,7), se nos recuerda la importancia de perdonar los agravios del prójimo para ser a su vez absuelto a la hora de pedir perdón a Dios. Quien pide que Dios lo sane, debe perdonar primero como condición. Hay que mirar nuestro fin último, nuestro ser trascendente, y dejar atrás el odio. El perdón cristiano, no se sitúa en el campo meramente ético, sino escatológico (es decir desde nuestro fin último y trascendente).

El recordar los mandamientos de Dios es recordar lo fundamental de la vida cristiana: amar a Dios y al prójimo, como lo enseña Jesús. Lo importante es la vida, porque si vivimos, para el Señor vivimos, como dice san Pablo en la carta a los romanos (Rom 14, 7-9). El perdonar es un  acto de vida, tanto para el que perdona como para el que recibe el perdón. La parábola que Jesús narra ante la pregunta de Pedro sobre cuantas veces perdonar (Mt 18, 21-35), nos habla de un rey que quiere arreglar cuenta con sus servidores: uno le debía tanto, que era imposible que le pudiera pagar. El hombre le pidió lo imposible: “dame un plazo y te lo pagaré todo”. El rey se compadeció y lo perdona. Pero este servidor ante otro compañero que le debía mucho menos, no lo perdona, ni tiene paciencia con él.

El rey, al enterarse de esta actitud, se molesta con aquel y le pregunta: “¿No debías también tú tener compasión de tu compañero, como yo me compadecí de ti?”. El perdón es posibilidad ilimitada de relación y convivencia fraterna en el presente, como también condición –gratuitamente ofrecida- de acceso a la comunicación con Dios.

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