viernes, 7 de noviembre de 2025

Dios de vivos, no de muertos


+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 20, 27-38

Se acercaron a Jesús algunos saduceos, que niegan la resurrección, y le dijeron: Maestro, Moisés nos ha ordenado: “Si alguien está casado y muere sin tener hijos, que su hermano, para darle descendencia, se case con la viuda”. Ahora bien, había siete hermanos. El primero se casó y murió sin tener hijos. El segundo se casó con la viuda, y luego el tercero. Y así murieron los siete sin dejar descendencia. Finalmente, también murió la mujer. Cuando resuciten los muertos, ¿de quién será esposa, ya que los siete la tuvieron por mujer?

Jesús les respondió: En este mundo los hombres y las mujeres se casan, pero los que son juzgados dignos de participar del mundo futuro y de la resurrección, no se casan. Ya no pueden morir, porque son semejantes a los ángeles y son hijos de Dios, al ser hijos de la resurrección.

Que los muertos van a resucitar, Moisés lo ha dado a entender en el pasaje de la zarza, cuando llama al Señor “el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob”. Porque Él no es un Dios de muertos, sino de vivientes; todos, en efecto, viven para Él.

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El evangelio de este domingo (Lc 20, 27-38) un grupo que no creía en la resurrección de los muertos (los saduceos), quiere colocar en aprietos a Jesús con un caso propio de la época y con las leyes de ellos. Jesús aprovecha para anunciar como es esta verdad de fe: la resurrección no es una simple prolongación de esta vida con sus necesidades, sino un estado de vida absolutamente pleno, porque ya no habrá más necesidades por satisfacer.


En Jesús, Dios nos da la Vida eterna y para todos. Quienes creen en él mantienen la esperanza de una vida aún más verdadera que la actual. He aquí que Jesús afirma: “Dios no es de los muertos, sino de los vivos, para que todos vivan en Él”. Esta es una ligación definitiva; la alianza fundamental es aquella con Jesús; él mismo es la alianza, él mismo es la Vida y la Resurrección, porque con su amor crucificado ha vencido a la muerte. De este modo la respuesta de Jesús es luminosa y decisiva, porque pone en evidencia la idea errada que los saduceos tienen de la resurrección, pues la resurrección final no es el retorno a la vida terrena, sino una vida completamente nueva de relación con Dios. Nuestra condición humana será totalmente transformada, ya que disfrutaremos de una plenitud liberadora.


Jesús, de hecho, afirma que después de la resurrección seremos como ángeles; por tanto, tendremos una existencia espiritual, pero con un cuerpo resucitado. Como creyentes, debemos comprender que la Vida eterna no es una reproducción mejorada hasta el infinito de la vida actual, sino que es la plenitud de la vida que recibimos como don de Dios.

jueves, 30 de octubre de 2025

De santos y difuntos




Este fin de semana “largo” como se suele decir cuando coinciden los feriados y se agrega un día más al sábado y domingo normal, la Iglesia celebra dos fiestas litúrgicas importantes: el 01 de noviembre la solemnidad de Todos los Santos y el 2 de noviembre a los todos los fieles difuntos. La liturgia de ambas son distintas, en sus lecturas y oraciones. La tradición más propia nuestra, es que las familias visiten a sus familiares difuntos en los cementerios, aprovechando los dias feriados. Pero ¿hay alguna relación entre todos los santos y todos los fieles difuntos?.


La Iglesia celebra a todos los santos y reza por los fieles difuntos, el 1 de noviembre miramos al cielo y celebramos a todos los santos, conocidos y desconocidos. A los que ya están en los altares y tantos cristianos que tras una vida según el evangelio, participan de la bienaventuranza eterna en el cielo. Son nuestros intercesores y modelos de vida. El Papa Francisco escribió en 2018 una exhortación apostólica (“Gaudete et exultate”), sobre la llamada a la santidad en el mundo actual y nos recordaba que la santidad está dirigida a cada uno de nosotros, la santidad -nos decía el Papa- es el rostro más bello de la Iglesia. Por su parte, rezar por los difuntos es una tradición muy antigua, del comienzo de la Iglesia, e incluso ya en el Antiguo Testamento. Desde hace siglos se ofrecen Eucaristias (misas) por los difuntos, pero es desde el siglo X que se comenzó a celebrar la misa en un día concreto (dos de noviembre) pidiendo por todos los fieles difuntos.


Cada vez que celebramos la misa, en el momento de la plegaria eucarística, después de la consagración, la Iglesia en su oración, manifiesta una realidad profunda: celebramos la eucaristía en comunión no sólo con la Iglesia peregrina en la tierra (pedimos por el Papa y el obispo), sino también con la Iglesia triunfante en el cielo: pedimos por los santos; y por aquellos cristianos, hermanos nuestros, que habiendo dejado ya este mundo puedan necesitar de purificación para entrar en la alegría del cielo. Por ellos pedimos en el día de los fieles difuntos.

viernes, 10 de octubre de 2025

La fe nos salva

 



EVANGELIO

Ninguno volvió a dar gracias a Dios, sino este extranjero

+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 17, 11-19

Mientras se dirigía a Jerusalén, Jesús pasaba a través de Samaría y Galilea. Al entrar en un poblado, le salieron al encuentro diez leprosos, que se detuvieron a distancia y empezaron a gritarle: ¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!

Al verlos, Jesús les dijo: Vayan a presentarse a los sacerdotes. Y en el camino quedaron purificados.

Uno de ellos, al comprobar que estaba sanado, volvió atrás alabando a Dios en voz alta y se arrojó a los pies de Jesús con el rostro en tierra, dándole gracias. Era un samaritano.

Jesús le dijo entonces: ¿Cómo, no quedaron purificados los diez? Los otros nueve, ¿dónde están?  ¿Ninguno volvió a dar gracias a Dios, sino este extranjero? Y agregó: Levántate y vete, tu fe te ha salvado.

Palabra del Señor

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Podemos preguntarnos hoy ¿de qué nos sirve la fe?. En los tiempos que corren, llenos de afanes y necesidades urgentes, la idea de la fe y especialmente la fe en Dios puede parecer distante e inutil. No sólo por el materialismo o el individualismo, sino que también por la grave crisis de esperanza que sufre el mundo en medio de guerras, injusticias y violencias.No en vano el Papa Francisco, quiso dejarnos para este año jubilar 2025, la esperanza como la virtud que nos debe mover en medio de las injusticias y desesperanzas del mundo actual.


El evangelio de este domingo (Lc 17, 11-19) nos relata que yendo de camino a Jerusalén, salen al encuentro de Jesús diez leprosos, que al verlo de lejos invocan la misericordia del Señor: “Jesús, maestro, ten compasión de nosotros”. Él los envia a presentarse a los sacerdotes del templo, esto quiere decir que los sanará de su enfermedad ya que es la normativa de Israel, en los casos de curación de un leproso, ir a presentarse al sacerdote para que este certifique la curación y pueda ser reintegrado a la convivencia civil y ritual. Efectivamente, mientras van de camino quedan purificados de su enfermedad, pero sólo uno vuelve donde Jesús agradecido, es un samaritano, un extranjero como eran considerados por los israelitas en los tiempos de Jesús. Este hombre vuelve alabando a Dios, y agradeciendo a Jesús y se postra delante de él.


Jesús pregunta por los otros nueve: ¿qué pasó con ellos?. Es posible que sanarán y que cumplieran con las normativas rituales, previstas en estos casos. Pero sólo el samaritano, entendió que para alabar a Dios, debe agradecer y reconocer a Jesús como su Señor y salvador. “Tu fe te ha salvado”, le dirá al final Jesús. Buscamos felicidad, reconocimiento, sanación, pero sólo la fe en Cristo nos dará la salvación. Esta es la enseñanza del evangelio de este domingo.

domingo, 21 de septiembre de 2025

Dios y el dinero




Estamos acostumbrados a escuchar en las noticias casos de corrupción, de fraudes y de sinverguenzuras, esto lastimosamente ya no es novedad y ya casi que no nos llama la atención. Esto provoca una cierta desafección a lo público en general y lo político en particular, esto especialmente en tiempos electorales como los que vivimos en Chile. Cada año en los Te Deum de fiestas patrias nuestros pastores volverán sobre este importante ítem, junto con otros también de gran relevancia.


El evangelio de este domingo (Lc 16, 1-13) es el que corresponde a este domingo del tiempo ordinario litúrgico que celebramos, pero que nos coincide con las fiestas patrias de nuestro país. ¿De qué trata la parábola de este domingo?. Un hombre rico tenía un adminstrador que fue acusado de malgastar sus bienes, este señor entonces, decide despedirlo. Pero el administrador antes de irse piensa en lo que hará después, y decide realizar un último fraude, cambia los valores de las deudas de los clientes de su patrón en su favor, nada nuevo bajo el sol. Pero la parábola termina con una frase desconcertante:”el señor alabó a este adminstrador deshonesto, por ser haber obrado tan hábilmente”. ¿Es que Jesús alaba este tipo de conductas deshonestas?. Claro que no, más bien hace hincapié en la habilidad que se tiene para manejar los dineros injustos, pero no así con los bienes supremos y eternos de nuestra salvación. No es que el dinero sea injusto y malo en sí mismo, es un valor que también ayuda a dar dignidad al trabajo del ser humano, y sirve para el progreso de los pueblos, pero muchas veces son causa de injusticias de diferente tipo.


Puede ser una lectura que nos ayude a reflexionar sobre nuestra relación con el dinero. Existe, claro está, una injusticia directa cuando hay robo, fraude, engaño, en especial cuando se abusa de los más débiles, ya lo denunciaba el profeta Amós (primera lectura) con estas palabras : “disminuiremos la medida, aumentaremos el precio, falsearemos las balanzas para defraudar”; pero también existe una injusticia indirecta, cuando somos egoístas, que aunque no dañamos directamente al prójimo, nos olvidamos de sus necesidades; y finalmente nos podemos también agobiar por los bienes de este mundo, olvidando poner nuestra fe en la Providencia.

sábado, 13 de septiembre de 2025

Volver a Dios


La parábola del hijo pródigo (Lc 15) nos presenta uno de los retratos más bellos del corazón de Dios. En el hijo menor descubrimos nuestras propias huidas y rebeldías. Como él, muchas veces buscamos la libertad lejos de la casa del Padre, pensando que la vida será más plena sin límites ni compromisos. Pero la experiencia nos enseña que, cuando se rompe la relación con Dios, todo se vacía, todo se pierde, y la supuesta libertad se convierte en esclavitud. El hijo menor toca fondo, pero en medio de su miseria recuerda que en casa del Padre había pan, y esa memoria es la chispa de su conversión: levantarse, volver y reconocer su pecado.

El centro de la parábola, sin embargo, no es el hijo que se equivoca, sino el Padre que nunca se cansa de esperar. Cuando lo ve de lejos, corre a su encuentro, lo abraza y lo besa, como si el tiempo de distancia y de pecado no existiera. El Padre no lo recibe como siervo, sino que le devuelve la dignidad de hijo con vestido nuevo, sandalias y anillo. Lo que mueve al Padre no es la justicia que castiga, sino la misericordia que perdona y hace fiesta. Ese es el rostro de Dios que Jesús nos quiere revelar: un Dios que corre hacia nosotros cada vez que damos un paso de regreso.

El hijo mayor nos muestra otro riesgo: vivir en la casa del Padre, pero con un corazón lejos de Él. Cumple sus deberes, pero sin alegría, sin sentirse realmente hijo. Se indigna porque el perdón se da al hermano que no lo merece y se encierra en la lógica del mérito. También a él el Padre sale a buscarlo, para invitarlo a entrar en la fiesta. La parábola queda abierta porque depende de nosotros decidir si nos unimos a la alegría del Padre o nos quedamos fuera, encerrados en la envidia y en la dureza de corazón.

El mensaje de esta parábola es claro: todos necesitamos volver a Dios, todos estamos invitados a experimentar su misericordia, y todos debemos aprender a alegrarnos del perdón que reciben los demás. El mayor pecado no es haberse alejado, sino no querer entrar en la fiesta del Padre. La invitación de hoy es abrir el corazón, dejarnos abrazar y vivir como hijos que celebran la vida nueva en la casa del Padre.


domingo, 31 de agosto de 2025

La humildad





+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 14, 1. 7-14

 

Un sábado, Jesús entró a comer en casa de uno de los principales fariseos. Ellos lo observaban atentamente. Y al notar cómo los invitados buscaban los primeros puestos, les dijo esta parábola:

“Si te invitan a un banquete de bodas, no te coloques en el primer lugar, porque puede suceder que haya sido invitada otra persona más importante que tú, y cuando llegue el que los invitó a los dos, tenga que decirte: “Déjale el sitio”, y así, lleno de vergüenza, tengas que ponerte en el último lugar.

Al contrario, cuando te inviten, ve a colocarte en el último sitio, de manera que cuando llegue el que te invitó, te diga: “Amigo, acércate más”, y así quedarás bien delante de todos los invitados. Porque todo el que se eleva será humillado, y el que se humilla será elevado”.

Después dijo al que lo había invitado: “Cuando des un almuerzo o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos, no sea que ellos te inviten a su vez, y así tengas tu recompensa. Al contrario, cuando des un banquete, invita a los pobres, a los lisiados, a los paralíticos, a los ciegos.

¡Feliz de ti, porque ellos no tienen cómo retribuirte, y así tendrás tu recompensa en la resurrección de los justos!”

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En el evangelio de este domingo (Lc 14, 7 14) Jesús da una enseñanza práctica y que incluso puede parecer interesada:”Cuando te inviten a un banquete de bodas, no te sientes en el lugar principal, no sea que haya algún otro invitado más importante que tú, y el que los invitó a los dos venga a decirte: Déjale el lugar a éste, y entonces tengas que ir a ocupar, lleno de vergüenza, el último asiento. Por el contrario, cuando te inviten, ocupa el último lugar, para que, cuando venga el que te invitó, te diga: Amigo, acércate a la cabecera. Entonces te verás honrado en presencia de todos los convidados”. Además, esto no era algo nuevo para la gente del tiempo de Jesús, ya que ellos conocían el proverbio que dice: “No te des importancia en presencia del rey, ni reclames un lugar entre los magnates; vale más que el rey te diga: «Sube acá», y no que te humille ante gente importante” (Prov. 25, 6-7). Pero ¿se trata solamente de una estratagema para escalar puestos?, ¿podría interpretarse como una astucia o una falsa humildad, que esconde precisamente lo contrario?


La clave sin embargo está en la sentencia final de esta primera parte del evangelio dominical “porque todo el que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido” (14,11). Naturalemente ya no se trata de la actitud que debemos adoptar cuando nos inviten a una boda, sino la actitud continua en la vida y ante Dios. Ya lo dirá san Pablo a los filipenses (Flp 2, 3-8): “que nadie busque su interés, sino el de los demás. Tengan los mismos sentimientos de Cristo Jesús, el cual, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de ser igual a Dios; sino que se vació de sí y tomó la condición de esclavo, haciéndose semejante a los hombres. Y mostrándose en figura humana se humilló, se hizo obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz”.


La segunda parte del evangelio de hoy termina con la distribución distinta en el banquete del reino de Dios. Son los últimos, los olvidados los que obtienen un trato preferencial: “los últimos serán los primeros y los primeros, últimos”. No es solamente un dar vuelta la situación de este mundo, la raíz del mensaje es la imitación de Cristo que “vino no para ser servido sino para servir y dar la propia vida en rescate de todos”(Mc 10, 45). Es fuente de bienaventuranza el actuar como Cristo: “dichoso tú, porque recibirás la recompensa en la resurrección de los justos” (Lc 14,14). Hermoso evangelio para terminar este Mes de agosto, mes de la solidaridad.

domingo, 24 de agosto de 2025

La puerta estrecha





Una curiosa pregunta inicia el evangelio dominical (Lc 13, 22-30), la hace un personaje anónimo que le pregunta a Jesús: ¿es verdad que son pocos los que se salvan?. La inquietud de esta persona tiene relación a quienes y cuantos son los que obtendrán la vida eterna. Jesus no responde directamente a la pregunta, sino que hace un llamado al cómo hay que salvarse: “Esfuercense por entrar por la puerta estrecha, porque les aseguro que muchos querrán entrar y no lo conseguirán”. Nos hace pensar en la respuesta de Jesús al joven rico: ¿qué debo hacer para obtener la vida eterna?, cumple los mandamientos le responde Jesús, pero luego agrega:”vende todo lo que tienes y dalo a los pobres y después ven y sigueme”. Más que un derecho adquirido, tiene que ver con el cumplimiento generoso de los mandamientos de Dios, con el desapego de las cosas de este mundo y con el seguimiento del mismo Cristo.

No basta ser parte de un pueblo, de una raza, de una religión o del mero cumplimiento de normas y preceptos. Hay que esforzarse porque la puerta es estrecha. Pero sin las aspiraciones mundanas de ser los primeros, porque muchos de los que son primeros, serán los últimos, y muchos de los últimos serán los primeros.

Hoy puede sonar fuerte y poco atractivo este lenguaje de esfuerzo y sacrificio, cuando muchas veces se busca el camino fácil y que tiene como meta sólo el éxito pasajero de este mundo. Traten de entrar por la puerta estrecha insiste Jesús en el evangelio de Mateo (Mt 7, 13-14): “entren por la puerta estrecha; porque es ancha la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y son muchos los que entran por ella. Que estrecha es la puerta, qué angosto el camino que lleva a la vida y son pocos los que dan con ella”. Tal vez aquí podría encontrar una respuesta aquel hombre que le pregunta a Jesús, sobre si son pocos los que se salvan.

Termino esta reflexion con algunos versos del salmo 1, que inicia todo el Salterio y que habla de la disyuntiva de los dos caminos que enfrenta el ser humano, el bien y el mal: “dichoso el que no acude a la reunión de los malvados […] será como un árbol plantado junto al río, que da fruto a su tiempo y no se marchita; en todo lo que hace, prospera […] porque el Señor se ocupa del camino de los justos, pero el camino de los malvados se disolverá”. Como en los últimos domingos, Jesús nos llama, pero en su llamado también nos recuerda las exigencias que se derivan del seguimiento del evangelio.

Dios de vivos, no de muertos

+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas  20, 27-38 Se acercaron a Jesús algunos saduceos, que niegan la resurrección, y le d...