Dios y el dinero




Estamos acostumbrados a escuchar en las noticias casos de corrupción, de fraudes y de sinverguenzuras, esto lastimosamente ya no es novedad y ya casi que no nos llama la atención. Esto provoca una cierta desafección a lo público en general y lo político en particular, esto especialmente en tiempos electorales como los que vivimos en Chile. Cada año en los Te Deum de fiestas patrias nuestros pastores volverán sobre este importante ítem, junto con otros también de gran relevancia.


El evangelio de este domingo (Lc 16, 1-13) es el que corresponde a este domingo del tiempo ordinario litúrgico que celebramos, pero que nos coincide con las fiestas patrias de nuestro país. ¿De qué trata la parábola de este domingo?. Un hombre rico tenía un adminstrador que fue acusado de malgastar sus bienes, este señor entonces, decide despedirlo. Pero el administrador antes de irse piensa en lo que hará después, y decide realizar un último fraude, cambia los valores de las deudas de los clientes de su patrón en su favor, nada nuevo bajo el sol. Pero la parábola termina con una frase desconcertante:”el señor alabó a este adminstrador deshonesto, por ser haber obrado tan hábilmente”. ¿Es que Jesús alaba este tipo de conductas deshonestas?. Claro que no, más bien hace hincapié en la habilidad que se tiene para manejar los dineros injustos, pero no así con los bienes supremos y eternos de nuestra salvación. No es que el dinero sea injusto y malo en sí mismo, es un valor que también ayuda a dar dignidad al trabajo del ser humano, y sirve para el progreso de los pueblos, pero muchas veces son causa de injusticias de diferente tipo.


Puede ser una lectura que nos ayude a reflexionar sobre nuestra relación con el dinero. Existe, claro está, una injusticia directa cuando hay robo, fraude, engaño, en especial cuando se abusa de los más débiles, ya lo denunciaba el profeta Amós (primera lectura) con estas palabras : “disminuiremos la medida, aumentaremos el precio, falsearemos las balanzas para defraudar”; pero también existe una injusticia indirecta, cuando somos egoístas, que aunque no dañamos directamente al prójimo, nos olvidamos de sus necesidades; y finalmente nos podemos también agobiar por los bienes de este mundo, olvidando poner nuestra fe en la Providencia.

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