Este
domingo escucharemos como segunda lectura, el texto del libro del Apocalipsis
(21,1-5) que se encuentra casi al final del libro llamado de la Esperanza. Sí,
porque aunque muchas veces se asocia al fin del mundo o a cosas terribles, al
punto que se usa el concepto “apocalíptico”, como sinónimo de algo terrorífico
o espantoso, para infundir miedo, como lo define la Real Academia de la Lengua
(RAE), pero en su tercera acpción, el libro del Apocalipsis es un libro de
esperanza. La primera definición de la RAE dice que tiene relación con el libro
del Apocalipsis del Nuevo Testamento y en la segunda a un estilo misterioso,
oculto y enigmático, que es lo que provoca muchas veces interpretaciones
erróneas.
Todo
esto para decir, que el estilo literario del Apocalipsis, tiene que ver
finalmente con el proyecto de Dios para la humanidad, y que va en consonancia
con todo el mensaje del Nuevo testamento, especialmente con la Buena Noticia
(evangelio) de Jesús. Nos habla de un Dios cercano y amoroso, porque ha puesto
su morada entre nosotros: “Él habitará con ellos, ellos serán su pueblo”, un
Dios atento al sufrimiento del ser humano: “Él secará todas sus lágrimas”, y a
la vez un texto de esperanza, que vislumbra “un cielo nuevo y una tierra
nueva”, y que a través de su presencia hará “nuevas todas las cosas”.
Dios
se manifiesta como un Dios bondadoso y compasivo, lento para enojarse y de gran
misericordia (Salmo 144), y que busca de nosotros tengamos los mismos
sentimientos y las mismas convicciones de respeto por la dignidad humana y la
lucha por la justicia, especialmente de los más pobres, valores cristianos que
se deben y se pueden vivir en el servicio público, como lo hemos recordado esta
semana con motivo de la partida de don Patricio Aylwin, quien encarnó en su
vida política –con sus altos y bajos- los principios del humanismo cristiano,
que tienen como fundamento último el mandamiento de Jesús: “En esto reconocerán
que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan los unos a los otros”
(Jn 13,35).
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