sábado, 8 de agosto de 2020

Elías y Pedro

 

Vivimos tiempos convulsionados: diferentes situaciones han alterado la “normalidad” a la que estábamos habituados, violencia, enfermedad, muerte de inocentes. Todo esto produce cansancio e impaciencia en muchos. Aunque surge y crecen muchas iniciativas solidarias, también crece la tentación de encerrarse en nuestros espacios y círculos más pequeños. Tal vez el llamado a confinamiento se ha entendido también en  la lógica de encerrarse cada uno en lo suyo.

 

La imagen del profeta Elías, de la primera lectura (1Reyes 19,9-13), metiéndose en una cueva para pasar la noche, es simbólica para entender la vida y los pesares del profeta de Dios y los de su pueblo. Frente a la adversidad, esconderse puede ser una opción. Pero, ¿cómo se puede encontrar con Dios metido allí?. Pedro, el pescador apóstol, entusiasmado al ver a Jesús caminando sobre el mar, en medio de la tempestad quiere ir hacia él (Mt 14, 22-33). Las olas que sacude la barca de los pescadores, son las dificultades que enfrentan a diario. El ver a Jesús caminado por sobre esta tempestad, les hace brotar la esperanza y a tomar decisiones aventuradas y peligrosas.

 

“sal y ponte de pie en el Monte ante el Señor” se le dice a Elías para que salga del lugar donde se esconde. Sin embargo le cuesta reconocer la verdadera presencia del Señor, no está en el huracán, ni en el terremoto, ni en el fuego. El viento, a Pedro, lo hace dudar y sentir miedo, por lo que se hunde. “Señor, sálvame” exclama Pedro y Jesús lo toma y lo levanta.  Una vez en la barca los discípulos se postran delante de Jesús: “Eres el Hijo de Dios” exclaman. Por su parte Elías, después de todos los otros fenómenos descubre a Dios en una brisa tenue y se tapó el rostro con su manto. Dios está muchas veces donde no parece, pero estará para levantarnos como a Pedro de las aguas.

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